(L’actualitat de les darreres setmanes entorn de la polèmica de l’exhumació del cadáver de Franco del Valle de los Caídos, m’ha fet recuperar un article que vaig escriure per a la revista CLÍO el 2002 -i que fou publicat l'any següent- sobre la història del Valle de los Caídos i la utilització de milers de presos republicans en la seva construcció.
He mantingut el text original en castellà i la bibliografía i webgrafia que aleshores vaig fer servir per documentar-me. He afegit, però, per a qui en vulgui saber més, altres fonts aparegudes amb posterioritat al 2002.
Quant a les imatges que il·lustren el text, gairebé totes han estat extretes del blog “El inquilino digital”, de David García Ibáñez).
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Vista panorámica del conjunto monumental hacia 1959 |
Una fría tarde de principios de 1940 un coche se detuvo en el puerto
del Alto de los Leones, en plena sierra de Guadarrama.
Del vehículo bajaron dos hombres. Uno era
Francisco Franco, jefe del estado español y generalísimo de los ejércitos desde
octubre de 1938. El otro era el general José Moscardó, el héroe del Alcázar de
Toledo. Franco y Moscardó empezaron a descender por la montaña hacia El
Escorial. Después de andar un par de kilómetros entre frondosos pinares,
llegaron a una hondonada que se abría en dirección a la sierra. Estaba coronada
por un peñasco que los lugareños llamaban Altar Mayor.
Franco, seguido de un
jadeante Moscardó, trepó hasta la cima. Desde allí vio que un poco más hacia el
norte se levantaba otro montículo aún más alto. Observando los prominentes
crestones graníticos de aquel macizo, Franco dijo: "Este es el
sitio". Por fin había encontrado lo que tanto había buscado: el lugar
donde debería levantarse el monumento que perpetuara la memoria de los que
habían muerto en la reciente guerra civil española. El nombre del valle era
Cuelgamuros, y el del macizo, Risco de la Nava. En el transcurso de las dos
décadas siguientes se construiría allí una basílica, un monasterio y una
gigantesca cruz. El conjunto pronto sería conocido como el Valle de los Caídos.
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Imagen del Risco de la Nava y del valle de Cuelgamuros hacia 1940,
antes de empezar las obras del Valle de los Caídos |
Prisas y
retrasos
Franco escogió el primer aniversario del final de la guerra para dar a
conocer públicamente su faraónico proyecto. Aquel 1 de abril de 1940, tras el
almuerzo que siguió al desfile de la Victoria, una comitiva de coches encabezada
por el Caudillo se dirigió hacia Cuelgamuros. Le acompañaban su esposa y un
selecto grupo de generales, miembros del ejecutivo, autoridades falangistas y
representantes del cuerpo diplomático.
A la llegada se leyó el decreto que
promulgaba la erección del monumento. En el preámbulo quedaba claro cual iba a
ser su significado. No se trataba de levantar un sencillo túmulo, sino un
gigantesco mausoleo que desafiara "al tiempo y al olvido" y que fuera
"un lugar perenne de peregrinación en que lo grandioso de la naturaleza
ponga un digno marco en el campo en que reposan los héroes y mártires de la
Cruzada...".
Por otra parte, en el artículo primero del decreto se declaraban
"de urgente ejecución" las obras que debían llevarse a cabo en
Cuelgamuros. Franco tenía prisa por ver terminado el monumento. Según las
previsiones, en un año podría inaugurarse la cripta, y en el plazo de cinco
estarían terminadas todas las edificaciones del conjunto, incluida la gran cruz
que debía presidirlo. Finalmente las obras se prolongaron hasta 1958. Aunque
Franco achacó los continuos retrasos a una conspiración masónica, la verdad fue
otra muy diferente. Entre las causas que impidieron cumplir los plazos
previstos cabe señalar la dureza del terreno, la utilización de mano de obra no
especializada, los continuos cambios del proyecto hechos sobre la marcha y la
ampliación de las dimensiones que inicialmente tenía el monumento.
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Instantánea tomada el 1 de abril de 1940, día en que se presentó el proyecto
y se dio lectura al decreto de construcción del monumento. De izquierda a derecha, en primera fila,
Franco, Rafael Sánchez Mazas, Ramón Serrano Suñer y, de espaldas, el arquitecto Pedro Muguruza |
Pedro Muguruza Otaño, director general de Arquitectura, fue el hombre
en quien Franco confió la elaboración de los planos y la dirección de las obras
del Valle de los Caídos. Sin embargo, el arquitecto siempre afirmó que el
diseño original partió del propio Franco, lo cual no es nada insólito si
tenemos en cuenta que en la España de aquellos años fueron muchos los proyectos
e iniciativas cuya paternidad se atribuyó al dictador. De todas maneras, la
verdad es que la construcción de un monumento a los caídos fue una idea que
obsesionó a Franco durante mucho tiempo, ya desde el inicio de la guerra. Y
cuando por fin ésta empezó a hacerse realidad, supervisó personalmente todo el
proceso hasta el mínimo detalle.
Bajo la dirección de Muguruza, se adjudicó mediante concurso la
ejecución de las distintas obras. Tres fueron las constructoras escogidas: San
Román, que se encargó de perforar la cripta (uno de los encargados de la
empresa era Benito Rabal, padre del futuro actor Paco Rabal, que pasó parte de
su adolescencia en Cuelgamuros); Molán, que se responsabilizó de la edificación
del monasterio; y Banús, que construyó la carretera de acceso al monumento. Posteriormente se encargaría a Huarte la erección de la cruz.
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Pedro Muguruza Otaño |
Pasó el primer año y llegó la fecha anunciada para la inauguración de
la cripta, que no tuvo lugar porque del Risco de la Nava sólo se habían logrado
extraer unas pocas toneladas de roca. El 31 de julio de 1941 Franco manifestaba
su impaciencia a través de un decreto en el cual se decía que había
"llegado el momento de impulsar decididamente la obra para coronar su
término en el menor plazo posible". El documento preveía también la
constitución inmediata de un órgano de dirección -llamado Consejo de Obras del
Monumento a los Caídos- que tuviera la autoridad y la autonomía de gestión
necesarias para resolver "todas las dificultades que las circunstancias
presentes puedan presentar ante la rápida marcha de los trabajos". Una de
dichas dificultades era la del aprovisionamiento de víveres, materiales y
carburantes. La otra, la necesidad de dinero.
Es muy probable también que ya por aquellas fechas empezara a plantearse
la posibilidad de utilizar mano de obra reclusa para agilizar el proceso de
construcción del monumento. Sin embargo, como veremos después, los primeros
destacamentos de presos no llegarían a Cuelgamuros hasta mayo de 1943.
Las
inesperadas visitas de Franco
A mediados de la década de 1940 las obras no habían avanzado lo
suficiente como para esperar su pronta inauguración. En la Nava se había hecho
una perforación de once metros de ancho por otros once de altura. La bóveda del
crucero estaba terminada, al igual que parte del vestíbulo semicircular de la
entrada y casi todo el monasterio.
Franco visitaba muy a menudo Cuelgamuros, generalmente sin previo
aviso. A veces iba incluso a medianoche, acompañado tan sólo de su chófer y de
un policía. Durante estas visitas acostumbraba a modificar aspectos y detalles
ya terminados, lo cual añadía un nuevo retraso al lento proceso de
construcción.
Si era necesario, cogía el lápiz y trazaba un boceto para que
arquitectos y técnicos interpretaran mejor cuáles eran sus intenciones. En una
ocasión, manifestó su desagrado con las dimensiones de la nave principal de la
basílica. "Esto da la sensación de que entramos en un túnel -dijo-. Aquí
hay que profundizar metro y medio en el suelo". Y así se hizo, claro.
Otras veces sus visitas tenían un carácter más oficial. Entonces Franco se
presentaba acompañado de los jerarcas del régimen -a los cuales enseñaba los
avances conseguidos- y seguido por las cámaras del No-Do, que registraban
puntualmente la efeméride.
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El dictador visitando las obras en compañía de Carmen Polo y varios
jerarcas franquistas (inicio de los años 1940) |
La enfermedad de Pedro Muguruza obligó a apartarlo de la dirección de
las obras en mayo de 1949. Para sustituirlo, se creó una junta de dirección
integrada por Francisco Prieto Moreno, Antonio Mesa y Diego Méndez. Viendo las
divergencias que existían entre los tres arquitectos, en enero de 1950 Franco
encargó a cada uno de ellos que hiciera un anteproyecto de la cruz. El que más
le gustó al dictador fue el de Diego Méndez, que a partir de aquel momento se
convirtió en el nuevo director de las obras.
Anteriormente se habían presentado diversos proyectos de la cruz, pero
todos habían sido rechazados. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que, a
mediados de los cuarenta, Franco convocara a las empresas que trabajaban en
Cuelgamuros con el objetivo de que, en el plazo de diez días, alguna de ellas
hiciera el replanteo de la cruz en lo alto del Risco de la Nava. En sólo ocho
días la empresa Banús construyó sobre la misma roca una escalera de madera de 370 peldaños
y colocó una tarima desde la cual Franco y sus acompañantes pudieron admirar la
panorámica que ofrecía el lugar.
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Tres de los diversos proyectos de la cruz, todos ellos rechazados |
En agosto de 1954 concluyeron las obras de ensanchamiento de la
cripta, que duplicó sus dimensiones originales. Por aquel entonces, todavía
faltaba mucho para culminar la cruz, que había empezado a levantarse en 1951.
Su construcción presentó muchas dificultades, entre otras el ensamblaje de los
brazos y la colocación de las colosales esculturas de Juan de Ávalos.
Finalmente quedaría terminada en septiembre de 1956.
Los esclavos
de Cuelgamuros
Los reiterados retrasos que al principio se produjeron en el Valle de
los Caídos convencieron a Franco de la necesidad de utilizar como mano de obra
a prisioneros republicanos que estaban
encarcelados desde 1939 o incluso antes. En 1943 Cuelgamuros se convirtió en
uno más del centenar y medio de destacamentos penales donde se aplicaba el
conocido sistema de redención de penas por el trabajo, cuya invención fue
atribuida también al dictador.
La implantación de este sistema, que permitiría al régimen franquista
explotar durante años a decenas de miles de prisioneros políticos, tuvo su
origen en un decreto emitido en Salamanca en mayo de 1937, en el cual se
reconocía que el derecho al trabajo no podía "ser regateado por el Nuevo
Estado a los presos rojos". Detrás de la afirmación de este derecho se escondía una apremiante
necesidad: la de regular la situación del gran número de prisioneros y
condenados que había provocado el avance de las tropas franquistas desde el
inicio de la guerra. El primer destacamento penal se constituyó cinco semanas
después, cuando un grupo de prisioneros empezó a construir un monumento en
honor al general Mola en los alrededores del pueblo burgalés de Alcocero, en el
lugar donde un mes antes se había estrellado el avión en que viajaba el
militar.
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Cartel de la empresa Huarte (del blog
"Escomberoides") |
Un año más tarde, en octubre de 1938, una orden ministerial dictada en
Vitoria establecía la creación del Patronato para la Redención de Penas por el
Trabajo, que se encargaría de clasificar a los presos y de gestionar los
rendimientos económicos producidos por su trabajo forzado. Fue en esta orden
ministerial donde se introdujo por vez primera la cuestión de la condonación de
penas a cambio del trabajo realizado. La relación entre trabajo y recorte de
penas varió a lo largo del tiempo. Si en un primer momento, por cada día de
trabajo se redimían dos de la condena, a partir de 1943 se amplió hasta seis
días por cada uno trabajado, y finalmente se fijó que dos días de trabajo
redimían tres de la condena.
Teóricamente los reclusos recibían un jornal idéntico al de los
obreros libres, es decir, entre 14 y 15 pesetas al día. Pero en realidad
cobraban tan sólo 2 pesetas diarias por ocho o diez horas de trabajos forzados.
De esta cantidad el preso recibía en
mano 50 céntimos, ya que las 1,50 pesetas restantes se destinaban a su manutención.
Los que tenían mujer recibían 2 pesetas más, y se añadía otra peseta por cada
hijo menor de 15 años. Así, pues, en el mejor de los casos, el preso recibía la
cuarta parte de su jornal. El resto era ingresado en el erario público a
beneficio del Estado.
A pesar de que el sistema de explotación laboral instaurado por el
régimen de Franco adoptó formas muy diversas (destacamentos penales, colonias
penitenciarias militarizadas, batallones disciplinarios, talleres
penitenciarios), el objetivo de todas ellas fue siempre el mismo: utilizar una
mano de obra forzada que apenas costaba dinero y que estaba disponible en todo
momento. Los reclusos republicanos fueron un negocio extraordinariamente
rentable para los organismos públicos y la larga lista de empresas privadas que
dispusieron de ellos.
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Vista de las obras de la basílica desde la base de la cruz |
Según informes
elaborados por algunas de estas empresas, el rendimiento de los presos era
entre un 20 % y un 60 % mayor que el de los obreros libres. No es que los
primeros fueran más eficaces que los segundos: simplemente trabajaban muchas
más horas, hasta la extenuación. Gracias a este sistema de cuasi esclavitud,
algunos empresarios llegaron a amasar en menos de una década fabulosas
fortunas, mientras que los organismos estatales se ahorraron miles de millones
de pesetas en retribuciones laborales.
De todas las fórmulas penitenciarias la más utilizada fueron los
destacamentos penales, que a partir de 1939 proliferaron por toda la geografía
española. Al terminar la guerra existían 9 destacamentos penales, que se convirtieron
en 24 al año siguiente. La progresión fue imparable a partir de entonces: 68
destacamentos en 1941, 93 en 1942 y 141 en 1943. Aquel año se calculaba que
eran unos 25.000 los presos que hasta entonces se habían acogido al sistema de
redención de penas por el trabajo.
Los reclusos fueron utilizados en la construcción de todo tipo de
obras públicas: canales, presas, carreteras, vías férreas, así como en la
reconstrucción de pueblos y en la industria minera. Aunque a partir de 1950
disminuyó paulatinamente el número de destacamentos penales, su total
desaparición no tuvo lugar hasta 1970, cuando se cerró el destacamento que
trabajaba en la construcción de Mirasierra, una urbanización de lujo a las
afueras de Madrid en la cual el empresario José Banús había empleado más de
2.000 presos desde 1954.
No se sabe con exactitud el número total de penados que trabajaron en
el destacamento de Cuelgamuros entre 1943 y 1950. Algunos autores hablan de
20.000 presos -cifra quizás exagerada-, otros de 6.000 ó 7.000. De todas
maneras el Valle de los Caídos fue una de las obras, junto con la construcción
del ferrocarril Madrid-Burgos, donde se empleó mayor número de reclusos.
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Trabajadores presos en Cuelgamuros |
Su extracción social y profesional era muy diversa. En Cuelgamuros
coincidieron campesinos, funcionarios del cuerpo jurídico (como el abogado
Gregorio Peces-Barba del Brío, padre del que fuera presidente del Congreso de los Diputados y rector de la Universidad Carlos
III), médicos, obreros industriales, arquitectos, maestros y militares
republicanos de alta graduación (uno de ellos fue el coronel Eduardo Sáenz de
Aranaz, antiguo compañero de promoción de Franco).
Las jornadas laborales de los presos empezaban a las ocho de la mañana
y se prolongaban durante ocho horas, al cabo de las cuales muchos de ellos
continuaban trabajando a destajo para obtener algún ingreso adicional que les
permitiera aumentar el exiguo jornal que recibían (las horas extraordinarias
eran las únicas que se pagaban íntegramente).
Las tareas que realizaban eran duras y arriesgadas, sobretodo en el
interior de la cripta, donde los barrenos estallaban continuamente y se
trabajaba a pulmón libre, respirando la arenilla del granito, lo que provocó
que muchos reclusos, al poco de abandonar Cuelgamuros, murieran prematuramente
a causa de la silicosis.
Aún así, el ambiente que se vivía en el Valle era mucho más relajado
que el de otros destacamentos penales, ya que no había una vigilancia extrema y
además se permitía a los presos tener un contacto frecuente con sus familias.
Muchas incluso se instalaron cerca de los destacamentos, en el perímetro
exterior del campo, habitando en pobres chabolas construidas con ramas y
troncos de madera y soportando unas condiciones de vida absolutamente
precarias. Algunos reclusos conocieron en Cuelgamuros a sus mujeres y otros
vieron nacer allí a sus hijos. También fueron bastantes los que, una vez
obtenida la libertad, siguieron trabajando en las obras, ante la dificultad de
encontrar otra ocupación por culpa de su pasado presidiario.
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Retrato de Manuel Lamana (del blog "De ahora en adelante") |
Pero no todos los penados aceptaron su cautividad con resignación.
Hubo unos cuantos que trataron de escapar a la mínima oportunidad que se les
presentó. La mayoría de fugas se frustraron antes de producirse o pocos días
después. Algunas sin embargo tuvieron éxito. De éstas, la más conocida fue la
que protagonizaron Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana, que en el verano
de 1948 escaparon de Cuelgamuros con la ayuda de Francisco Benet (hermano del
novelista Juan Benet) y dos estudiantes norteamericanas: una de ellas era la futura
escritora Barbara Probst Solomon, y la otra Barbara Mailer, hermana del escritor norteamericano Norman Mailer. Después de varios días de viaje a bordo de
un coche propiedad de Norman, los fugados llegaron a
Barcelona y posteriormente cruzaron la frontera con Francia. Basándose en estos
hechos y en los libros escritos por Lamana y Solomon, el cineasta Fernando Colomo
dirigió en 1998 la película Los años
bárbaros.
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Fotograma del film Los años bárbaros, protagonizado
por Jordi Mollà i Ernesto Alterio |
"Y en
su día, yo aquí"
El ritmo de las obras se aceleró durante los últimos tres años. Los
2.000 obreros que había entonces empleados en el Valle -todos ellos hombres
libres- trabajaban día y noche, en turnos continuos de ocho horas cada uno.
Entre 1957 y 1958 fue preciso construir un nuevo monasterio al pie del Risco de
la Nava, puesto que el original estaba demasiado lejos de la basílica. El
edificio antiguo se destinó a Centro de Estudios Sociales y hospedería,
quedando unido al nuevo mediante un gran claustro.
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Traslado de los primeros cuerpos procedentes
del cementerio de Toledo |
Aunque el Valle de los Caídos abrió sus puertas al público en agosto
de 1958, la solemne inauguración tuvo lugar el 1 de abril de 1959. En los meses
anteriores habían sido trasladados a la cripta los cuerpos de unas 20.000
personas fallecidas en la guerra, la mayor parte combatientes del bando
nacional (posteriormente la cifra se elevaría, llegando a 40.000 según algunas
fuentes y a 70.000 según otras).
Hubo
familias de los dos bandos -entre ellas la de Calvo-Sotelo- que se negaron a
que los restos de sus muertos descansaran en Cuelgamuros. En cambio, otras que
pidieron enterrarlos allí -fue el caso de la familia del general Escobar- ni
tan sólo obtuvieron respuesta. A quien sí trasladaron al Valle, y con todos los
honores, fue a José Antonio. Dos días antes de la inauguración, un grupo de
camisas viejas llevó su féretro a hombros a lo largo de los doce kilómetros que
separan El Escorial de Cuelgamuros.
El 1 de abril de 1959 miles de personas procedentes de toda España se
congregaron en la gran explanada para asistir a la solemne inauguración del
Valle de los Caídos. Franco y su esposa entraron en la basílica bajo palio.
Después de la ceremonia, el Caudillo hizo un discurso totalmente anacrónico en el
cual evocó, por enésima vez, el espíritu de la Cruzada de Liberación,
afirmando, entre otras cosas, que la "anti-España" había sido vencida
y derrotada, pero no estaba muerta, y que, por lo tanto, era necesario
permanecer vigilantes, ya que "el enemigo no descansa y gasta sumas
ingentes para minar y destruir nuestros objetivos".
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Instantánea del dia de la inauguración del Valle de los Caídos (1 de abril de 1959) |
Habían transcurrido veinte años desde el final de la guerra y el país
no era el mismo de 1939. La etapa autárquica había quedado atrás y se empezaba
a disfrutar del incipiente desarrollo económico. Pocos meses más tarde, en
julio de 1959, se aprobaría el Plan Nacional de Estabilización, planeado por
los primeros tecnócratas del Opus Dei, que pronto ganarían cuotas de poder en
detrimento de la "familia" falangista. Por otra parte, algunos
sectores del régimen estaban convencidos de que el Valle de los Caídos no
fomentaría en absoluto la reconciliación entre los españoles. Así lo entendía,
por ejemplo, uno de los más estrechos colaboradores del dictador, su primo el
teniente general Franco Salgado-Araujo, que en 1957 opinaba que en España ya no
había "ambiente para ese monumento".
Sin embargo, para Franco el Valle de los Caídos no tenía nada que ver
con el paso del tiempo, sino todo lo contrario. Que fuera un monumento
imperecedero a los que habían ganado la guerra y que, además, acabara
convirtiéndose en su propio panteón, colmaba doblemente sus aspiraciones de
inmortalidad. El Generalísimo lo tuvo claro desde el principio. El mismo día de
la inauguración, finalizada toda la ceremonia, coincidió con Méndez en la parte
posterior del altar mayor.
Franco señaló hacia el suelo y dijo:
-"Bueno,
Méndez, y en su día yo aquí, ¿eh?".
-"Ya está hecho, mi general" -contestó el arquitecto.
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Salida de autoridades tras el entierro de Franco, el 23 de noviembre de 1975 |
Las dimensiones de un monumento
En el Valle de los Caídos todo es excesivo, sobredimensionado, como
corresponde a las obras surgidas de la obsesión y la megalomanía. La basílica
tiene una longitud de 262 metros y su máxima altura -41 metros- se alcanza en
la bóveda del crucero, que está decorada con un mosaico de estilo bizantino en
el cual se utilizaron cinco millones de pequeñas piezas esmaltadas. El altar
mayor fue construido de una sola pieza de granito pulimentado de 5,20 metros de
longitud por 2,20 de anchura.
La cruz tiene 150 metros de
altura y una longitud de 46 metros en los brazos, "en cuyos pasillos
interiores -según detallaba la guía publicada en 1959- pueden cruzarse dos
vehículos de turismo". Cada uno de los Evangelistas esculpidos por Juan de Ávalos
tiene 18 metros de altura, "que es justamente la de una casa de seis
pisos". Las virtudes cardinales miden un poco menos, 16 metros. El peso de
los dos grupos escultóricos es de 20.000 toneladas, que unidas a las 181.740 de
la cruz, hacen un total de 201.740 toneladas.
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Sección transversal de la basílica y la cruz, según diseño de Pedro Muguruza |
Se ha especulado mucho sobre lo que costaron las obras del Valle de
los Caídos. La cifra que en su momento dio el arquitecto Diego Méndez se
acercaba a los 1.100 millones de pesetas.
Las virtudes
masculinas y el San Juan "afeitado"
Juan de Ávalos se convirtió en el principal escultor del Valle de los
Caídos después de que Franco viera una obra suya -El héroe muerto- en la exposición nacional de 1950. Nacido en
Mérida en 1911, estudió Bellas Artes en Madrid y luego fue profesor de dibujo
en su ciudad natal. Tras la guerra fue depurado y se marchó a Portugal, donde
trabajó como dibujante publicitario.
Ávalos esculpió para el Valle de los Caídos nueve estatuas
monumentales: los cuatro Evangelistas y las cuatro virtudes cardinales de la
cruz, y la Piedad que corona la entrada de la basílica. Aunque el contrato
firmado entre el escultor y el Consejo de Obras decía que las figuras deberían
estar terminadas en el plazo de doce meses, el trabajo de Ávalos se prolongó
tres años y medio, durante los cuales hizo numerosos bocetos y más de setenta
esculturas Por todo ello cobró 300.000 pesetas.
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Ávalos ante el busto de San Juan en 1951, antes
de ser instalado en la base de la cruz |
Como no podía ser menos, Franco controló personalmente el trabajo de
Ávalos. Entre otras cosas, hizo que las virtudes cardinales (justicia,
prudencia, templanza y fortaleza) fueran representadas por cuatro figuras
masculinas, pues a su entender las mujeres no encarnaban realmente esas
virtudes. También le corrigió el San Juan, que en principio era un hombre
nonagenario y con barba. El Caudillo dijo que no le gustaba, que prefería un
evangelista joven, y que, por lo tanto, lo "afeitara".
Después de Cuelgamuros, a Ávalos le llovieron los encargos. En 1956
esculpió el túmulo de los Amantes de
Teruel para dicha ciudad, y posteriormente los monumentos al Ángel de la Paz (Valdepeñas, 1966) y los
Marinos caídos en el Mediterráneo
(Benidorm, 1966). Hoy, a sus 91 años, es miembro de número la Academia de
Bellas Artes de San Fernando y de muchas otras instituciones artísticas, tanto
españolas como extranjeras. El año pasado, se le dedicó una exposición-homenaje
bajo el título "Juan de Ávalos: 90 años de un clásico".
De fray
Justo al Padre Paciano
Fray Justo Pérez de Urbel (1895-1979) fue el primer abad del
monasterio benedictino del Valle de los Caídos, cargó que ocupó entre 1958 y
1967. Colaborador de la Historia de
España de Menéndez Pidal y director de diversas revistas infantiles
editadas por el Movimiento -entre ellas Flechas
y Pelayos y Clarín- publicó
varios libros y numerosos artículos sobre historia medieval, religión y
liturgia.
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En el centro de la imagen, fray Justo Pérez de Urbel |
Uno de sus libros más conocidos -y más vendidos- fue Los mártires de la Iglesia (1956), que
firmó Pérez de Urbel pero que en realidad fue escrito por un negro: el
periodista Carlos Luis Álvarez, más conocido como "Cándido". Por las veinte biografías que le encargaron
sobre mártires de la guerra civil, Cándido cobró 25.000 pesetas, mientras que
el benedictino se embolsó 200.000 sin molestarse en poner ni una coma. Años
después el periodista reconoció que se había inventado algún que otro mártir de
la Cruzada y que había plagiado al escritor falangista Tomás Borrás. En Pecado escarlata (2001), donde Cándido
cuenta esta historia de forma novelada, fray Justo Pérez de Urbel aparece disfrazado bajo el nombre de Padre
Paciano de Jesús Sacramentado.
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Portada de la revista CLÍO donde apareció el artículo
sobre el Valle de los Caídos |
Bibliografía
·AGUILAR FERNÁNDEZ, P., Memoria
y olvido de la Guerra civil española, Alianza Editorial, 1996.
·FRANCO SALGADO-ARAUJO, F., Mis
conversaciones privadas con Franco, Planeta, 1976.
·LAFUENTE, I., Esclavos por la
patria, Temas de Hoy, 2002.
·Santa Cruz del Valle de los Caídos,
Patrimonio Nacional, 1959.
·SUEIRO, D., El Valle de los
Caídos. Los secretos de la cripta franquista, Argos Vergara, 1983.
Internet
Sobre el Valle de los Caídos:
Sobre Juan de Ávalos:
Bibliografía i webgrafía posterior al año 2002
·RODRIGO, Javier, Los campos de concentración franquistas: entre la historia y la memoria, Madrid: Siete Mares, 2003.
·SÁNCHEZ-BIOSCA, Vicente: "Los lugares de memoria franquista en el No-Do", dins JULIÀ, Santos (dir.), Memoria de la guerra y del franquismo, Madrid: Taurus, 2006, pp. 197-218.
·SOBREQUÉS, J. / MOLINERO, C. / SALA, M. (coords.), Los campos de concentración y las prisiones durante la guerra civil y el franquismo, Barcelona: Crítica, 2003.
·SOLÉ, Queralt, El secret del Valle de los Caídos, suplement de la revista Sàpiens, núm. 67, maig 2008.
·SOLÉ, Queralt: "El Valle de los Caídos: paradigma de la simbología franquista", dins SEGURA, A. /MAYAYO, A. / SOLÉ, Q. (eds), Fosses comunes i simbologia franquista, Catarroja-Barcelona: Afers, 2009, pp. 337-342.